viernes, 1 de febrero de 2008

El Capítulo de Marines Espaciales Lobos Espaciales (II)

La Herejía de Horus

Las acciones de Russ obtuvieron un éxito tan aplastante que sus conquistas lo llevaron hasta los confines más alejados de la galaxia, a muchos años luz del Segmentum Solar. Miles de mundos fueron reclamados en nombre del Emperador y parecía que la Era Dorada nunca terminaría. Hasta que, en un acto que dejaría su cicatriz en la galaxia hasta el fin de los tiempos, el primarca hermano de Russ, Horus, el progenitor de los Lobos Lunares, se apartó de la luz.

La Herejía de Horus fue un período de guerra total, una gran herida abierta en el Imperio en el despertar de la locura del Gran Mal. Los engaños y la traición de Horus embaucaron nada menos que a nueve legiones de Marines Espaciales, ya fuera por coacción, descarriamiento o pura corrupción.

Los Lobos Espaciales, pese a no estar presentes en muchas de las batallas finales en las que las fuerzas del Caos asediaron el palacio del Emperador, se vieron fuertemente involucrados en los inicios de la Herejía de Horus. Fue durante los desastrosos comienzos de aquella época cuando empezó un odio ancestral que ha durado milenios entre los Hijos de Russ y la Legión de Marines Espaciales de los Mil Hijos.

En contraposición a los Lobos Espaciales, los Marines de los Mil Hijos se habían fijado el objetivo del conocimiento y, en consecuencia, se puede aprender mucho de los tomos recuperados desde su caída. Incluso hay descripciones sobre la destrucción de la legión, la más notable de las cuales es la que se refiere a la caída de Prospero. Sea como sea, todas están teñidas por la amargura de la derrota. En estos textos pútridos se describe a los Lobos Espaciales de la peor manera imaginable. No obstante, con la cuidadosa integración de la leyenda de los Lobos Espaciales que retrata esta época y la sucesión de eventos que narran los textos de uno y otro capítulo, es posible componer una descripción bastante exacta de lo que propició realmente el odio ancestral entre estas dos legiones.

Magnus el Rojo era un gigante entre los hombres: su altura superaba con mucho incluso la de sus hermanos primarcas y su cabello y complexión eran de un rojo lívido. Lo más notable en su figura, no obstante, era el enorme ojo de cíclope incrustado profundamente en la frente del primarca; en lugar de dos ojos, como los hombres normales, Magnus tenía uno. Su fuerza se decía que rivalizaba con la de Russ, pero prefería invertir sus energías en explorar y aprender antiguos secretos arcanos antes que en practicar el arte de la guerra. Sus peculiaridades físicas nunca fueron tenidas en consideración por el resto de primarcas. Después de todo, Sanguinius estaba bendecido con alas y el propio Leman Russ lucía unos colmillos muy afilados. No obstante, el Rey Lobo temía que la mácula del Caos se hubiera alojado en el alma del gigante. Pero el Emperador hacía caso omiso de sus sospechas, pues Magnus era uno de sus propios hijos.

Cuando los sucesos que conducirían a la Herejía de Horus maduraron para producir sus terribles frutos, Magnus el Rojo envió un mensaje psíquico al Emperador. No ha quedado registrado el contenido de aquel mensaje, pero son varias las fuentes que especulan con la hipótesis de que se tratara de una advertencia sobre la traición de Horus. Aunque se dice que el contenido del mensaje era de gran importancia, el medio de enviarlo reveló inconscientemente la auténtica gravedad de las prácticas de los Mil Hijos. El Emperador se negó a creer que Horus, su hijo favorito, pudiera traicionarlo y reaccionó con furia ante la advertencia de Magnus. Cuando el primarca del pelo llameante estableció la conexión psíquica con el Emperador, este se quedó horrorizado ante el alcance de la investigación que había sumido a Magnus en artes blasfemas y heréticas. A los ojos del Emperador, los Mil Hijos habían investigado en exceso misterios que más valía dejar en paz, adentrándose así voluntariamente en la guarida de la bestia. Las explicaciones de Magnus no apaciguaron al Emperador y las peores sospechas de Russ se habían visto confirmadas. Debido a la insistencia de Russ, el Emperador se convenció de que el auténtico traidor era Magnus y no Horus. Aterrado, el Emperador ordenó a Russ que partiera inmediatamente rumbo al mundo natal de los Mil Hijos. El Rey Lobo reunió a sus legiones a su alrededor y se preparó, una vez más, para acudir a la guerra.

Prospero fue otrora la imagen de un auténtico paraíso. Grandes torres de hielo y marfil surcaban el paisaje y abundaban los bellos jardines y los lagos tranquilos. Russ creía que este revestimiento de civilización y cultura ocultaba unos turbios cimientos de maldad. A sus ojos, cualquier erudito, escriba y hechicero se había adentrado demasiado en el lodazal del Caos y había bebido en exceso de sus blasfemas aguas de conocimiento prohibido. No había otra opción; el Rey Lobo sabía que debía seguir las órdenes del Emperador al pie de la letra: acabar con los Mil Hijos.

Después de una prolongada e hiriente serie de bombardeos, las legiones del Rey Lobo cayeron sobre los habitantes de Prospero en una avalancha de furia aullante. La brutalidad y la ferocidad del ataque de los Lobos Espaciales les permitió abrirse paso hasta el corazón de la capital de Prospero, pero los Mil Hijos tenían suficiente presciencia como para preparar sus defensas finales. Cuando los Lobos Espaciales finalmente consiguieron abrirse paso descuartizándolo todo hasta llegar a la puerta de la ciudadela más grande, las legiones de Magnus el Rojo ya les esperaban.

La batalla que siguió se prolongó sin pausa día y noche. Los Lobos Espaciales luchaban con un fervor enfurecido y los Mil Hijos hacían lo mismo para salvar su mundo natal. Según todos los datos (aunque hay muy pocas cifras concretas), la guerra entre las legiones duró varios días y se cobró miles de vidas.

Finalmente, a pesar de toda su sabiduría, los Mil Hijos no pudieron resistir la furia de la legión entera de los Lobos Espaciales sobre el campo de batalla. En la vanguardia de las líneas de batalla de los Lobos Espaciales, dirigida por Jorin Garra Sangrienta, se encontraba la Decimotercera Gran Compañía. Eran los que podían adoptar la forma de lupino: sus almas bestiales podían transformarlos en espeluznantes hombres lobo en el fragor de la batalla. La estremecedora magnitud de la carnicería provocada por la Decimotercera Compañía abrió una enorme brecha en las líneas de los Mil Hijos y, poco después, los verdes pastos de Prospero se tiñeron de rojo con riachuelos de sangre. Los valientes guerreros de Magnus fueron exterminados lentamente, pero con firmeza, cediendo bajo el intenso fuego del asalto de los Lobos Espaciales. Aunque no temían por sus vidas, lucharon hasta el último suspiro para proteger sus conocimientos y su mundo natal.

La pérdida de todos y cada uno de los Marines Espaciales que allí murieron ha quedado registrada en el Lamento de Prospero y, pese a que su veracidad sea dudosa, se trata del único testimonio del terrorífico pacto del ciclópeo primarca.

"Magnus, empequeñecido en lo alto de su gran torre, contempló con agonía cómo los bárbaros Lobos de Russ despedazaban a sus hijos. Los aullidos de la manada resonaron en sus oídos, destruyendo su concentración, rompiendo sus defensas psíquicas y llevándolo al borde de la locura. Saltando de su trono de ébano, agitó sus brazos en el aire y rugió una plegaria de ayuda para salvar a su legión y a sus grandes obras. Como si algo maligno hubiese estado esperando la llamada del cíclope, el cielo se oscureció y el aire crepitó con electricidad. Magnus se vio imbuido de energía arcana y su silueta se encorvó debido a los malignos cambios que estaban sufriendo tanto su cuerpo como su alma. Contempló los parapetos de su ciudadela y el desolador paisaje de dolor ante sus ojos y gritó.

Cientos de los Hijos de Russ perdieron por completo su cordura bajo el efecto de los sortilegios de Magnus. Los cielos se abrieron con un crujido y unos rayos caleidoscópicos frieron una tras otra las escuadras de los salvajes Lobos Espaciales. El mismísimo suelo de Prospero se cubrió de manos de diez dedos cada una, similares a obscenos hongos, que agarraban por las piernas a los guerreros bestia. Pero, aun así, estos siguieron luchando sin que todo aquello les importara lo más mínimo, inmunizados por su espantosa sed de sangre contra los numerosos horrores que protegían las ciudadelas".

Puede asumirse que esta historia continúa, desde el punto de vista de los Lobos Espaciales, tal y como se relata en la leyenda La Guerra de los Gigantes, escrita por el Inquisidor Bastalek Grim (1087345.M4I/ 5586741.P12).

"Magnus el Rojo llegó al campo de batalla.

La tierra asolada se licuaba con sus poderosos ataques mientras abría un sangrante reguero de cadáveres entre las filas de los Lobos Espaciales, aplastándolo todo a su paso.

Allí donde posaba su mirada, incluso el más valiente colmillo largo se quedaba blanco y moría.

Su único globo ocular palpitaba en su frente con un brillo antinatural y tenía la roja melena de punta debido a la electricidad que crepitaba alrededor de su cuerpo.

Verdaderamente, se había convertido en una abominación a los ojos del Emperador.

Leman Russ emergió de lo más sangriento del combate cuerpo a cuerpo para interceptar al enloquecido gigante.

Mientras se giraba, Russ agarró a uno de los traidores por la garganta y lo arrojó contra la cara del gigante.

La mirada petrificadora de Magnus quedó bloqueada por un instante y, con una celeridad nunca vista, Russ cargó contra el titán carmesí.

Pero, a pesar del ataque, este no cayó.

El gigante se movió con mucha más velocidad de la que habría cabido esperar en un ser de tal tamaño y estampó su puñó en el pecho de Russ con la fuerza suficiente como para resquebrajar su coraza pectoral y clavar fragmentos de ceramita en el corazón de Russ.

Pero el Rey Lobo no se inmutó.

Aferrando el brazo de Magnus mientras este se inclinaba hacia atrás para asestar otro golpe, Russ se propulsó hasta la cara del gigante y le propinó un certero puntapié justo en el ojo.

El rugido de dolor de Magnus hizo temblar el aire y una espesa sangre negra empezó a caer de los cielos.

Russ aprovechó la oportunidad y agarró a su cegado adversario por la cintura. Levantando al cíclope del suelo con los dientes apretados en una mueca de dolor, el Rey Lobo le partió la espalda.

Al ver a su primarca derrotado, los Mil Hijos dieron media vuelta y huyeron.

Pero el cíclope se resistía a ser derrotado. Cuando Russ levantó su Cuchilla Glacial Mjalnar para asestar el golpe definitivo,

Magnus balbuceó una palabra de poder y se hundió en el suelo iridiscente".

Por lo que respecta a la conclusión de esta batalla épica, los textos varían radicalmente. Algunas fuentes aseguran que los hechiceros de los Mil Hijos abrieron un portal hacia la disformidad y se arrojaron a las fauces del Caos, prefiriendo esto antes que enfrentarse a la furia de los Lobos Espaciales. Otros afirman que, cuando escapó su enemigo, Leman Russ juró que destruiría hasta al último integrante de la legión. Otros dicen que todos los miembros de la legión traidora se convirtieron en fantasmas y que su diabólico patrón los protegió de todo daño.

Con todo, hay algunos datos seguros acerca de la huida de los Mil Hijos. No fueron destruidos y salvaron gran parte de sus conocimientos y de su literatura arcana. El propio Magnus no murió, ya que él y sus secuaces han asolado el Imperio durante miles de años desde aquel día. Además, sea como sea que escaparan, los lupinos se lanzaron en su persecución y desaparecieron de todos los informes imperiales a partir de aquel momento. Los Lobos Espaciales honran su desaparición con una piedra lisa en el Gran Annulus (véase Observaciones sobre El Colmillo por Erasmus Bosch, Inq.8726/M40) y la Decimotercera Compañía nunca ha sido reemplazada.

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